¿Qué es la madurez en ética y compliance?

A propósito de que en Colombia se aprobó la Nueva Ley de Transparencia y Anticorrupción (Ley 2195 de 2022), en la que se estipula que todas las organizaciones deben contar con un Programa de Ética y Cumplimiento, se ha acalorado el debate acerca de si estamos o no listos para emprender este gran paso.

Personalmente, considero que más que estar listos, lo más importante es soportarnos en altos niveles de compromiso. Muchas veces, lo de ‘no estar listos’ suele ser la excusa perfecta para no actuar o ‘actuar a medias y sin zapatos’.

Una reflexión que trasciende este debate y que no pretende obtener respuestas correctas y mucho menos certezas, gira entorno a la vara para medir el desafío. Resulta que el desafío no es igual para todos. Para unos el reto es dar el primer paso; para otros puede ser ponerse en sintonía con el saber técnico y entender las conexiones y desconexiones; para otros el ‘quid’ del asunto está en alinear el desafío técnico con el adaptativo (ese que habla de gestionar la resistencia al cambio de las personas); mientras que para otros, quizás, el esfuerzo deba orientarse en ganar mayor coherencia para soportar una estrategia capaz de sostenerse en el tiempo y alimentarse de la perspectiva de todos los stakeholders.

Estas cuestiones nos llevan necesariamente al nivel de madurez que se requiere para reconocer dónde estamos como organización y de qué manera podemos avanzar en el diseño y puesta en marcha de lineamientos éticos y de compliance, disminuyendo cada vez más nuestra curva de aprendizaje.

Teniendo en cuenta esto, puede ser que como organización estén en alguno de los siguientes niveles:

  1. Sin desarrollo. Cuando no se han diseñado ni implementado acciones directas. Es el caso de las organizaciones cuyo compromiso no trasciende el discurso de las cabezas y se percibe el tema como un asunto de «buenos y malos».
  2. Fragmentado. Cuando las acciones están orientadas a proyectos solamente, los esfuerzos son poco consistentes y desconectados entre sí.  Este es el caso de muchas organizaciones que ven el cumplimiento simplemente como una obligación.
  3. Implementado. Cuando hay un programa claro en la organización, bien enfocado y con personal dedicado que coordina y comunica. Es el caso en el que se entiende el tema como un desafío técnico y se cuenta con talento especializado (interno o externo) para una efectiva orientación.
  4. Integrado. Cuando, además de estar implementado, hay una clara orientación de cumplimiento en todos los procesos, y las líneas de negocio comparten la responsabilidad. Es el caso de las organizaciones que apuestan por el valor estratégico y se preocupan porque todas los niveles reciban capacitación específica e incentivos para el esfuerzo individual y colectivo.
  5. Optimizado. Cuando la ética y el cumplimiento son parte de la cultura organizacional y se encuentra integrada a su estrategia y se cuenta con una estructura flexible que es capaz de adaptarse y evolucionar junto con las normativas y buenas prácticas. En este nivel, todas las personas de la organización creen firmemente y siguen con disciplina los procesos de control, no solo buscando cumplir los mínimos requeridos sino también agregando valor a todos los stakeholders.

Nótese que puede haber otras clasificaciones, incluso niveles intermedios en algunas de las que he presentado anteriormente. Aquí lo importante es entender, según el estadio en el que está la organización, cuál es el objetivo a cumplir y cuáles son los resultados clave a obtener para garantizar el logro del objetivo en cuestión.

Lo demás es prueba, ensayo y error. Es ‘aprender haciendo’ y asumir un compromiso con la mejora continúa. Avanzar para que el camino se vaya rebelando.

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